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El anarquista Alexandre Marius Jacob tuvo una vida inusual. Junto a un grupo denominado por la prensa como ôlos trabajadores de la nocheö, puso patas arriba la Francia de la Belle Époque con numerosas expropiaciones a las familias más acaudaladas del país, tras las que dejaban mordaces notas explicando que no lo hacían para llenar sus bolsillos, sino para repartirlo entre quienes más lo necesitaban y para tratar de derribar aquella falsa sociedad. Antes de todo ello, siendo aún un niño, recorrió el mundo trabajando como marinero en varios barcos. De esta experiencia extrajo una cosmovisión personal y fuertes convicciones anarquistas. Odiando, desde entonces, la injusticia y la hipocresía. Su compromiso político lo llevará a la cárcel y a no poder seguir trabajando, teniendo que recurrir irremisiblemente al robo como forma de vida y acción política. Después de un juicio contundente, donde insulta a los jueces y al jurado, que será amenazado de muerte por sus cómplices, es condenado a terminar con sus huesos en la prisión de la isla de Cayena. Pero, contra todo pronóstico y gracias a su lucha y la de sus compa